domingo, 6 de noviembre de 2011

Belen, posada del migrante, un respiro entre su desolación

NOTICIA-NACIONAL/ALTAR AL DIA



SALTILLO, COAHUILA.— A lo lejos se escucha el silbido del tren, mientras los primeros rayos del sol acarician los techos de las casitas apostadas a un lado de las vías. La locomotora disminuye la velocidad. De los vagones de los que vienen colgados brincan tres jóvenes exhaustos y bañados en polvo. Inmediatamente buscan la Casa del Migrante de Saltillo. O como todos ellos la conocen: Belén, Posada del Migrante.

Cada día del año, en esa casa se les da comida, ropa, atención médica y sicológica a cientos de inmigrantes centroamericanos. Sólo en 2010 se atendieron a más de ocho mil personas.

La posada, cuyo baluarte es el jesuita Pedro Pantoja, logra mantenerse gracias a donativos de coahuilenses, regiomontanos, fundaciones extranjeras y ejidatarios y vecinos.

Si toda la comida que se consume en el albergue se pagara en efectivo, el costo sería de más de tres millones de pesos al año, asegura Alberto Xicoténcatl, director de la Casa del Migrante de Saltillo.

El domingo, la religiosa Guadalupe Argüello va, feliz, a recoger cien gorditas de harina que un señor donó. En la cocina de la Casa hay dos voluntarios que se encargan de preparar alimentos; ellos también son inmigrantes. Empiezan a cocinar a las cinco de la mañana y terminan ya en la noche, pero si llega un grupo, así sea en la madrugada, se tienen que levantar a guisar.

“Yo me levanto con gusto aunque sea de madrugada, porque cuando un migrante llega al albergue, ya viene con las últimas fuerzas. Cuando uno llega acá, le da las gracias a Dios, porque sea la hora que sea le dan comida, y el primer día puede dormir todo el día y toda la noche para recuperar fuerzas”, dice “Dani”, migrante hondureño, voluntario en la cocina.

En estos días la Casa del Migrante ha atendido a entre 120 y 130 extranjeros y en semanas pasadas llegaron a tener hasta 250. A la hora de la comida todos se forman. La enorme fila de jóvenes hondureños, guatemaltecos y salvadoreños le da la vuelta a las cuatro mesas del comedor.

Uno de ellos, un hombre de unos 45 años, con cabello cano, dirige una oración y da las gracias por la comida. Después, el padre Pedro Pantoja, asesor general y cofundador de la Casa del Migrante de Saltillo, hace una oración y pide por que todas las familias de los inmigrantes que quedaron en Centroamérica también tengan algo qué comer.

Cada uno pasa frente a las ollas y les sirven chicharrón en salsa verde, arroz y una de las gorditas de harina donadas ese día.

“Gerardo”, un joven hondureño sentado a la mesa, vino a México a buscar a su hermano mayor: Juan Humberto Barrera García, quien iba rumbo a Houston. La última vez que habló con sus padres fue el 5 de septiembre de 2005 desde México. Después de eso no volvieron a saber de él.

Frente a “Gerardo” está sentada la madre del joven hondureño Reyes Gustavo Ardón Alfaro, condenado a 44 años de cárcel en Saltillo, acusado del homicidio de la señora Perla Judith Quintero.

Sin embargo, tanto la Comisión Internacional Contra la Tortura como Amnistía Internacional Sección Londres dictaminaron que el joven fue torturado para declararse culpable del asesinato.

El abogado de la Casa del Migrante apeló la sentencia contra el hondureño. La señora está en México siguiendo el proceso de apelación y luchando por su hijo.

Así como en la cocina hay voluntarios, en los cuartos de varones y de mujeres hay jóvenes que barren y trapean todas las mañanas y también hay una comisión para mantener limpios los baños, que se lavan tres veces al día.

“Les enseñamos que existe otra forma de convivencia, una forma organizada y cordial. Si en sus casas no vivieron esa experiencia y en el camino sólo han vivido violencia, les enseñamos que existe otra forma de vivir”, dice la madre Argüello