lunes, 10 de diciembre de 2012

La Navidad y los "Burreros"

SONOYTA, SON.- Aquí, en medio del desierto de Altar inicia la posibilidad de una Navidad Feliz en un hogar de Zacatecas, Jalisco o Sinaloa. Es por que decenas de burreros esperan comenzar su viaje con droga rumbo a Estados Unidos. Los 20 mil metros cuadrados del desierto de Altar encierran muchos secretos, donde han muerto migrantes, trabajadores de ferrocarril, militares, exploradores, gente que se pierde para siempre y donde actualmente existen grandes rutas del narcotráfico, el cual es combatido únicamente por el Ejército Mexicano, en medio de la soledad y de la nada. Los militares son ya hombres curtidos por sol, que se mimetizan con el paisaje, con sus trajes color arena y sus ojos llenos de polvo. Sonoyta se encuentra como a 800 kilómetros de Hermosillo, en la carretera México Tijuana y cuenta con apenas doce mil habitantes, y en donde no hay una empresa grande que sirva de fuente de empleo a sus habitantes. Sólo changarros y hoteles que viven en gran parte de las ventas a los “burreros” y “narcos”. Depósitos subterráneos Recientemente fueron descubiertos en zonas desérticas depósitos subterráneos de droga, los cuales pertenecían al cártel de Sinaloa, cuyos operadores tienen sentadas sus reales en esa zona del desierto. Fue decomisado un rancho, propiedad de Adelmo Nieblas, quien era el operador de ese grupo del narcotráfico. Su rancho llamado El Triunfo fue decomisado con más de tres toneladas de droga y más de cien cabezas de ganado. El decomiso fue publicado en exclusiva en EXPRESO el 20 de octubre, asentándose además que estaba enclavado en el desierto de Altar, casi colindante con la línea internacional, en este municipio de Sonoyta. Vecino a este rancho se encuentra el Ejido Desierto de Sonora, y no podría llamarse de otra manera, ya que está rodeado de cactus y víboras de cascabel, además del resto de la fauna del desierto. Hasta ese lugar llegaron como muchas veces más, elementos del Ejército Mexicano, acompañados de la prensa, luego de recorrer solitarios y arenosos caminos, siempre en estado de alerta debido a la posible presencia de personas armadas. A lo lejos se observa un caserío, se trata del Ejido Desierto de Sonora. Las calles polvorientas y solitarias sólo muestran polvo y ladrillos requemados por el sol candente y el viento que recuerda la temperatura de 40 grados. De pronto el convoy se detiene, el General a cargo de la operación se lanza hacia los patios sin cerco de una vivienda que parece abandonada. Pero no, de entre las ramas salen cerca de 15 personas… Bajamos del auto corriendo, atrás de los militares que se despliegan para asegurar el área. La acción de los jefes militares parece valiente e imprudente a la vez. Si hubiera gente armada seguro le hubieran dado primero. Aún así corremos detrás de él para lograr las fotos. Están de fiesta, o al menos eso parece, ya que hay música, cerveza y algunos pomos de Viva Villa, burda bebida utilizada por los alcohólicos. Son casi puros jovencitos, alguno de ellos es menor de edad. Los militares los rodean. Nadie huye. El General comienza a gritar órdenes. “A ver tú, vente pa’cá”. A todos los va sentando en unos catres, bajo unos árboles, donde descansan del sol. Se ve que le tienen respeto. Los interroga a todos. “A ver tú, de dónde eres”. De Mazatlán… De Culiacán… De Guasave… De Badiraguato… De Navojoa y otros de Zacatecas, Guanajuato y hasta el estado de México. Predominan los sinaloenses. “¿Y qué hacen por aquí?...” “Pos viendo por la vida Señor…”. Y el militar los regaña como si fueran sus hijos. Ellos asienten de manera filial. “Ya hemos luchado, buscando trabajo, pero no hay… Tenemos que hacer algo”… “¿Y qué hacen aquí en medio del desierto?” “Cuidamos ganado, buscamos trabajo…” El General se ríe y regaña con más fuerza al que osa tratar de engañarlo. “Díganme la verdad, cab…” Al fin uno se suelta y explica que están esperando para irse a “burrear”, a cargar droga hacia Estados Unidos, cuya frontera está a escasos diez kilómetros. Pero eso significa llevar los 30 kilos de droga durante 8 a 12 días por el desierto. En un carro se oye música y el General ordena apagarla. Un “burrero” intenta discutir con los militares, pero es acallado por sus propios compañeros, ya que la cosa se les puede poner peor. Uno de ellos confiesa que intentó entrar al Ejército, pero fue rechazado por estar tatuado. Otros dicen que en sus tierras no hay trabajo ni qué comer. El General les aconseja que se vayan a sus ciudades, que ahí sólo podrían hallar la muerte, y nada de dinero. “Váyanse con sus familias, a ver por sus hijos”, les dice, ya que algunos de ellos dejaron esposa y a sus hijos en Jalisco, Guanajuato o Sinaloa. Traen ropa de verano, pero a la mano se les ven pesadas chamarras, ya que el desierto es extremoso. De día el sol quema la piel y de noche llega a temperaturas de congelación. Hacinados Ingresamos a la vivienda que comparten, son dos cuartos, con apenas dos camastros o colchones, un abanico, una regadera y una estufa donde hierven los frijoles en una olla. Es la comida del día con unas cuantas tortillas de maíz que hay para todos. Los “burreros” que esperan turno colaboran en todo con los militares al hablar de sus familias, pero no hablan de sus jefes, ni nada. Ni les preguntan, ni contestan de ese tema. Solamente van a esperar a que les llamen y lanzarse a Estados Unidos, con sus ropas escasas, mal calzado no apto para marchas por el desierto. Pedro, el “cocinero” es un joven de 16 años que dice llamarse Francisco, proveniente de Mazatlán, Sinaloa y quien prepara la olla de frijoles cuando dos militares le preguntan que si ya tuvo “jale”, a lo que el menor responde que aún se encuentra “limpio”. Los soldados le levantan la camiseta para revisar sus hombros, y no tiene las duras cicatrices y manchas que dejan los pesados bultos de droga que transportan por el desierto, cuyas correas son simples cordeles de ixtle, que calan en la piel. Otros las llevan en mochilas que les venden en algunas tiendas de Sonoyta. Ahí también les venden ropa negra para la marcha nocturna y color clara para esconderse de día en el desierto del lado americano. “Estoy limpio compa, aún no he pasado, estoy buscando jale por aquí y mientras estoy cuidando esta comida, yo creo que son frijoles” respondió a los soldados. “Francisco”, de Sinaloa, quien dijo tener dos hijos que lo esperan, dijo que no regresará ya que octubre y diciembre son los meses buenos para cruzar la droga a Estados Unidos. Sus hijos esperan que regrese lleno de regalos o al menos un dinerito con el cual pasar la Navidad. Aquí, en el ejido Desierto de Sonora es donde empieza el juego del gato y el ratón entre autoridades de México y Estados Unidos con los narcotraficantes. Y el desierto que calcina o te congela es el escenario de esta trama.