viernes, 17 de diciembre de 2010

Shabadá, una bailarina nacida en Caborca.



De noche: el oficio es bailar .

Escrito por Carlos Sánchez

El cigarro sobre la barra y el aire del abanico le fabrica una vida aún más efímera que de costumbre. El hombre de camisa a cuadros, y bigote amplio, enciende su Marlboro, después de la primera bocanada no hay siquiera otro intento de fumar.

El interés por la nicotina se ve desplazado por el interés de observar la figura de una dama moviéndose en derredor de un tubo. Pasan algunos minutos, varios estribillos de una canción, tres o cuatro sorbos a la cerveza. Esta acción de mirar, beber, escuchar, sentir, se convierte en rutina: similitud del paso de un carrusel donde mujeres bailan. Y se desnudan.

El cigarro es lo de menos. Es lunes y el Table Dance se abrió desde las seis de la tarde. Es lunes y las bailarinas inician su trabajo. Shabadá es una de ellas, en sus ojeras se dibuja el desvelo, la sonrisa forzada más que euforia exhibe el cansancio. Mejor estar aquí que en la casa, dice a sus compañeras que comparten productos para embellecer la piel, fragancias que siembran entre el olfato de los pocos clientes de esa tarde, los que –entre comentarios de las bailarinas-, aseguran serán más conforme llegue la noche. Shabadá, en el vestidor-camerino-confesionario-, extrae de una mochila negra lo que dice será su vestuario de esa noche: un mandil rojo con el nombre de un político.

Fue lo primero que se me ocurrió agarrar, acota. ¿Y a poco no está suave?, miren, me lo pongo sin brasier, ya nomás cuando me toque emvicharme lo desamarro y listo, ni voy a batallar. Las risas se multiplican, y Shabadá continúa en su afán de cubrir el color oscuro de sus ojeras con un corrector marca Avón.

En el centro del Table ahora una dama se mueve el ritmo de Urgent, del grupo Foreigner, baila y sus rizos son un trapeador sobre el concreto, hay enjundia, divertimento, el gozo de la libertad que le significa bailar. Y los ojos sin parpadeo del hombre de la camisa a cuadros, además dueño de un abdomen prominente y brazos tatuados, único observador del espectáculo. Único destinatario para la cadencia de esa coreografía. Observar en silencio.

Beber en compañía del ritmo que admira. Shabadá le dice al programador, al que le apodan el Disyoquei, que ya sabe cuál es la canción, que no se haga pendejo, que para qué pregunta tanto, que cómo se le nota que tiene ganas de joder. ¿Ha de ser porque es lunes, verdad, cabrón? –inquiere.

Después dice que sí, que le diga al reportero que pase, que no hay problema, que ella le cuenta lo que necesite saber. Pero nada de fotos, y nada de mis datos personales, ni teléfono, ni dirección, menos una invitación a salir. Si se enamora de mis encantos es problema de él, pero no por ser reportero no va a pagar si algo se le antoja. Shabadá mira al reportero. ¿Qué quieres saber? Nomás pregunta y ya.

La bailarina se dirige al Disyoquei: Me avisas cuando sea mi turno, no se me vaya a pasar, ¿eh cabrón? Después las respuestas: Me gusta Leo Dan. Nací en Quilá, Sinaloa. Está antes de llegar a Mazatlán. De niña jugaba a las muñecas, los trastecitos. Yo no me crié con mis papás, me crié con mis abuelos. Mi mamá vivía ya en Hermosillo, y yo la veía cuando venía de vacaciones. Cuando cumplí los diez me vine ya a vivir con ellos. Fui hasta segundo de prepa.

Me gustaba estudiar, lo que más me gustaba era la química, sus fórmulas y el experimentar. Mi primer novio se llama Óscar Manuel, empezamos bromeando, yo tenía como unos diez años. No, no fue el primero que me besó, me preguntaste de mi primer novio, no de eso.

Sí me acuerdo del primero que me besó, fue en un camión urbano, veníamos de una tardeada, íbamos hacia el pueblo, la tardeada fue en Valle de Lobos, en la playa, cerca de ciudad Obregón, tenía catorce años, fuimos a ver al grupo Libra, bailamos abrazados. Me gusta recordar eso porque se me hace bonito, eso fue hace rato, tengo treintaiséis, tenía catorce, hace veintidós años, él ahora vive en Monterrey, cuando viene para acá nos vemos, somos buenos amigos.

Tengo tres hijos: Alejandro, Leticia y Jazmín: diecisiete, quince y trece. Para ellos lo que más deseo es que tengan éxito en sus estudios: dos están en preparatoria y la más chica va a segundo de secundaria. Al papá de mis hijos lo conocí en Hermosillo, cuando estudiaba secundaria, y un día yo me lo robé. Shabadá ríe, se carcajea, mientras continúa en su afán, con la punta del índice untando corrector, para borrar el menor indicio de sus ojeras.

Mientras del otro lado de la cortina que separa el vestidor del centro de la pista, observa al hombre de camisa a cuadros, y dice que está enamorado de una de las bailarinas. Así lo vas a ver todos los días, es el primero en llegar y el último en irse, pobre vato, mi amiga no lo quiere, sólo lo hace desatinar, pero es su mejor cliente.

Las luces rojas bañan las paredes, el techo, el suelo, los rincones todos del Table. Ahora una cumbia es el preámbulo para que Shaila tome su turno y baile sobre los ojos del hombre de camisa a cuadros quien ya ha encendido otro cigarro, el que seguramente fenecerá entre el aire de los abanicos.

Shabadá sonríe, pregunta, responde: Me encanta la cocina, me gusta la comida del sur, el mole, el caldo de bofe, aunque aquí casi no se usa. El bofe tiene que ser nuevo, recién salido para que quede rico. Se prepara igual como el menudo, el pozole, se puede hacer rojo o blanco, a como quieras, lo que más se le echa es hierbabuena, en vez de echarle cilantro. Lo que más disfruto en mi vida es un día de familia, y lo otro es cuando duermo.

Mi horario de trabajo es de seis a dos, a la hora que me levanto en las mañanas es dependiendo de si mis hijos van a la escuela, ahora me levanté a las seis. En mi casa se hace desayuno antes que nada. Normalmente les hago huevo, o chorizo, algo que no sea muy bromoso para que me alcance el tiempo. A veces veo la televisión, me gustan las películas de acción. Los días de semana que más me gustan son el sábado y domingo.

Y si te soy sincera, pues me gusta más el pueblo donde vivía de niña, por la tranquilidad, allá viene siendo lo mismo pero no tan apurado como aquí. Shabadá se mira al espejo, ajusta el mandil rojo ya sobre su cuerpo, las ojeras por fin pierden la pelea ante el maquillaje.

El pelo es una alfombra que recibe espray, su tanga azul contrasta con el color de su piel, blanca, con las uñas de sus pies, negras. Que no se te vaya a olvidar la canción pinchi Disyoquei, -grita al programador. ¿Me veo bien con este vestuario, qué te parece? Me gusta bailar, siempre me gustó bailar.

De mi trabajo lo que más me gusta es el ambiente, las amistades. Lo que no me gusta son los borrachos pesados, aunque no son muchos. Sí tengo pareja, es bien tierno, él no es papá de mis hijos, trabaja de cantinero.

Para que a mí me atraiga hombre tiene que haber buena química. ¿Tú sabes lo que es la química? Si eres reportero debes de saberlo. Lo que más disfruto de mi pareja es cómo nos llevamos. Mi pareja es más grande que yo, es muy tranquilo. Me conquistó bien suave. Me caía muy gordo, se me hacía muy pedante, pero me invitó a salir por medio de un amigo, y al conocerlo me cayó bien, duramos una semana sin que pasara nada, el respeto que me tuvo me hizo sentir bien.

El amor es complicado. Del centro de la pista una bailarina desciende, mientras otra sube. La música es constante. De a poco el hombre de la camisa a cuadros va teniendo como compañía a otros hombres para observar.

De a poco en los rincones del Table parejas llenan el oscuro con caricias. Hay copas y botellas de cerveza. Hay postales que juegan a hacer el amor. Shabadá habla ahora con premura. Están por decir mi nombre en el sonido. Ya mero me trepo, ¿me veo bonita? No, para bailar no se ensaya, y sí, me gusta mucho ver bailar a mis amigas.

Qué terco eres, ya te dije que llevo doce años bailando. Sí, disfruto lo que hago, y además se gana muy buena lana. Y ya te dije, no te olvides de poner en tu reportaje que lo que más me preocupa de mi vida son mis plebes. En el país las cosas se van a poner más duras. La violencia entre el narcotráfico seguirá igual, no se resolverá nada.

¿O crees tú que porque uno es Teibolera no piensa o no se entera de lo que pasa en la vida? En un instante, allá en medio de la pista y en torno de un tubo, ahora el vestuario que es un mandilo rojo cae sobre el concreto.

Los ojos se multiplican sobre el cuerpo de Shabadá. Ella es una sonrisa natural. ¿Tú nunca te has querido comer a una mujer? Suena una balada que pregunta ¿qué hago con mis manos? El lunes fenece. Ya después de la medianoche el Table es un tumulto.

El ambiente deja de ser ruido y se convierte en estridencia. Los meseros son pulpos y sus tentáculos incansables. Una cerveza, dos, una copa, tres tragos. Y así el inicio de semana para desmitificar la creencia de que los lunes por la noche (o martes de madrugada) son días malos para el comercio entre vendimiadores y compradores de belleza. Que se llama Sheazared, dice.

Tiene el semblante de adolescente y un tatuaje de una rosa azul en su coxis. Convoca a la discreción, detrás del vestuario-camerino-confesionario. Para que no te vea el pesado aquel, (señala al hombre de la camisa a cuadros), todos los días me persigue, y me cae bien, pero de pronto se toma el papel de marido, y me regaña, hasta de mi esposo se encela.

¿Cómo la ves? Ya sé que eres reportero, que platicaste con Shabadá, y que haces preguntas bien curadas, me dijo ella que te hiciera el paro, que hablara contigo, que estás haciendo un reportaje sobre las teiboleras, y que además eres compa del Disyoquei. Conmigo todo bien, tú pregunta y yo contesto, pero que no te vea el pesado aquel.

Ah, esa pregunta es bien fácil: De niña escuchaba a la banda Timbiriche, a Magneto, Amigos por siempre es la canción que me hace recordar mi infancia. La primera vez que bailé andaba de moda la lambada. Estaba en cuarto año de primaria. Yo nací en Caborca, pero no conozco esa ciudad, crecí en Guaymas, allí viven mis papás, en el Centinela.

De niña jugaba con mis hermanos, mis amigos, jugábamos a la cebollita, a las escondidas. ¿Tú nunca jugaste a la cebollita? Sí en ese juego es cuando uno aprende a sentir el placer. En ese tiempo ni me imaginaba que iba a trabajar bailando, pero ya ves como son estas cosas de los destinos.

Primero empecé jugando, entré a una sala de masajes, el que me llevó es esposo de mi hermana, él trabajaba en un bar, nomás que la sala de masajes no me gustó, y me vine a aquí, cuando llegué me puse nerviosa porque no sabía bailar, pero lueguito aprendí, ya sabes que todo se puede, sólo es cuestión de echarle ganas.

¿A poco no? Me gusta mucho bailar, trabajar en esto, porque conoces mucha gente, convives, conoces muchas cosas. Aunque también hay veces que bailar me enfada, sobre todo porque uno corre el riesgo de que la toquen personas que ni en cuenta, que uno ni conoce, eso es bien desagradable.

¿A ti nunca te ha tocado alguien que no te guste? Este güey del que me tengo que esconder para que no me vea contigo, es bien raro, me molestan muchas cosas de él, creo que más lo de su panza, pero cuando me he entregado, obviamente a cambio de una feria, no puedo negar que he sentido bonito, debe ser por eso, porque está gordo, tiene una manera diferente de abrazar y de tocarme. ¿Tú has estado con una persona gorda? Sheazared pide clín.

Es que así decíamos cuando jugábamos de niñas. Nomás voy un ratito con el vato, para que no se sienta solito, luego me da remordimiento, no creas. Sheazared va y regresa con una copa en la mano.

Dice que está bien, que ya sabe él que ella debe arreglarse porque también baila. Porque ese es mi trabajo y él se tiene que aguantar, ni modo que toda la noche le haga compañía, ya ni a mi marido. Este vato es tierno, trabaja disque trayendo carros del otro lado, y disque le va muy bien, debe ser cierto porque todas las noches viene y se gasta la pura lana. ¿A ti no te gusta que te bailen? A mí me gustaría bailarte, pero ¿sabes cuánto cobro? Aunque por ser amigo del Disyoquei podría hacerte una rebaja.

Me gusta mucho lo que hago, y si no trabajara aquí me gustaría trabajar en una tienda de cerámica, me gusta la cerámica, me gusta mucho que en una pieza algo puede reflejarse de uno, y me gusta la decoración.

No puedo decir que no, sí se me ha dado la oportunidad de estudiar, las oportunidades sobran, pero yo no he querido, o ya no quise, o tal vez alguna vez pueda ser, dicen que nunca es tarde, ¿tú crees? Pues me gusta bailar porque mientras me muevo hay como adrenalina, mucho disfrute al ver que me disfrutan.

Lo que pasa por mi mente cuando bailo es que quiero que me compren, (aquí Sheazared se carcajea, sus ojos se desbordan de placer) y muchas cosas, a según el estado de ánimo, pero muchas veces ni siento nada, debo andar borracha, bien borracha para sentir, como ahora siento que mi estado de ánimo en este momento es bueno, creo que me hace bien platicar.

¿Tú te sientes bien escuchando tantas simpladas que digo? ¿La palabra amor? Depende el amor a quién, ¿no? Estoy enamorada ahora, poquito, no vivo con él pero es mi marido, o por lo menos así le digo. Lo veo a diario, él trabaja aquí cerca, me gusta cómo me trata. Lo conocí aquí un día que yo me quería ir a Guaymas, andaba medio ebria, él fue por un amigo de él y nos llevó a Guaymas, luego siguió viniendo.

Me recuerda mucho a mi papá, mi papá siempre me cuida, de niña, cuando había fiestas, bailaba conmigo, así es mi marido, siempre hace cosas para que yo me sienta bien. Sheazared cambia de vestuario: una minifalda le cubre la mitad de las nalgas. Una tanga lila se va subiendo entre sus piernas:

Esta es la que más le gusta a mi cliente siempre fiel. Míralo, no dejes de verlo mientras anuncian mi participación, creo que es lo que más disfruto de mi trabajo, ver cómo se me queda viendo, y como se le ve la mirada de maniático, a veces creo que quisiera comerme. ¿A ti nunca te han dado ganas de comerte a una mujer? Sheazared.

El anuncio del Disyoquei. El nombre retumba entre las paredes ocres del Table. Sheazared: los ojos del hombre de camisa a cuadros son dos centellas que perforan las caderas de la bailarina.